
Hay un aspecto muy importante del que hay que dejar constancia. Hablando de la dialéctica del amo y el esclavo que se juega en los vínculos que hacen a la neurosis y que es nuestra labor despejar y elucidar, no hay marco más privilegiado para desempeñar esa tarea que el que se despliega en la llamada transferencia negativa. Es este un campo extremadamente delicado y a la vez fecundo, aunque por su condición de ‘material sensible’ puede tardar bastante en manifestarse, e incluso, brillar por su ausencia. Hay que sospechar del ‘buen paciente’ que se esmera en producir lo que supone que se espera de él, ya sean recuerdos recuperados, contenidos inteligentes, agudas articulaciones, desgarros emocionales o sueños con pedigrí. Todo eso está bien, pero no debemos acomodarnos cual si se tratara de un proceso-crucero en el que todo va viento en popa. En un análisis, antes o después, siempre hay tormentas y las olas, inevitablemente, nos salpican, cuando no nos empapan o amenazan naufragio. Hay que estar prevenidos y, manteniendo el timón con firmeza, permitir que se juegue la hostilidad latente de forma manifiesta. Acogerla desde una posición excéntrica para no entrar en rivalidades ni luchas de poder. Aquí el manejo lúcido de la dimensión contratransferencial es clave. En mi experiencia como supervisor he contrastado los frecuentes descarrilamientos que su desatino conlleva. Hay que tener presente que ‘eso’ que se juega con nosotros es una repetición enmascarada de ‘algo’ que va más allá de nosotros, y que en vez de engancharnos en el rifirrafe imaginario de turno debemos aprovechar la ocasión para, dando un paso al lado, intentar desvelarlo.
Por ejemplo, es el caso de A, una mujer que viene asistiendo a consulta desde hace tres meses y a la que en la sesión anterior la pasé a diván a raíz de referirme un sueño en el que me incluía. Y con el diván hemos topado mi querida tripulación, y creo que bien se merece que le dediquemos unas palabras.
En el pasado Congreso Nacional de Gestalt en Málaga al que fui invitado a participar con una ponencia, tuve la ocasión de presenciar una mesa en la que debatían diversos profesionales de distintas corrientes terapéuticas, y cuál fue mi sorpresa cuando el representante del llamado “Psicoanálisis Relacional” nos vino a decir que el legendario diván freudiano había caído completamente en desuso y, cual herramienta obsoleta, casi borrado del mapa. Me chocó aquella aseveración por lo que destilaba. No profeso ninguna devoción por las ortodoxias ni considero al diván como un totem sagrado. Creo que la escucha analítica se juega en diversidad de encuadres posibles más allá de su silueta canónica, -desde el cara a cara al psicodrama grupal-, pero no por ello lo pienso como un trasnochado avatar decimonónico que el progreso haya dejado atrás. Creo por el contrario que es un elemento del dispositivo analítico con funciones específicas e indicaciones precisas que lo convierten en un haber valioso y completamente vigente. La declaración del colega ‘relacional’ es una más de una larga lista de medidas llevadas a cabo por una serie de corrientes que se dicen psicoanalíticas y que en su afán de progreso y modernización le amputan su esencia y le roman su filo.
Más allá de la ventaja confesada por Freud de sentirse más relajado en su actividad diaria al poder sustraerse de la atención contínua de sus pacientes y que podría constituir una suerte de ‘beneficio secundario’ para el analista, esa sustracción del analista del campo visual del analizante tiene unas razones y unos efectos de mayor envergadura. Cuando Freud habla de las pulsiones describe varios tipos, oral, anal, genital…a las que Lacan añadirá la relativa a la voz o pulsión invocante, y la relativa a la mirada o pulsión escópica. Esta pulsión escópica va a ser el sostén primordial en el encuentro con la madre. Cuando toma pecho, el baby no sólo toma leche, también toma mirada, y es en esa mirada íntima e intensa, silenciosa y preverbal, donde se fraguan las raíces más profundas del vínculo. Pasar al paciente al diván es privarle de ese canal visual que es la matriz del vínculo, es arrancarle de cuajo ese privilegio sin igual que es ver y ser visto por el Otro, es dejarle a ciegas y sin espejo en el que reconocerse y sentirse reconocido, arrojarlo de golpe a la oscuridad y a la soledad. Una putada salvaje y sin vuelta atrás. Así que tengámoslo en cuenta, cuando invitamos educadamente al paciente a tumbarse en el diván, bajo esa sencilla proposición técnica se esconde una verdadera maniobra de violencia estructural.
Pero siendo eso así de jodido, no lo hacemos por joder, claro. ¿Por qué lo hacemos pues? Por variadas razones, obviamente. Grosso modo señalaré dos. Freud dirá que al suspender el contacto visual con el analista se facilita la libre asociación, que es el objetivo de la regla fundamental, y la senda allanada que se le ofrece a la operatoria inconsciente. Lacan, por otra parte, va a proponer como una de las consignas de la dirección de la cura proscribir en el escenario de la sesión la satisfacción de la pulsión, es decir, dejarla en vilo, y eso va a generar una tensión productiva. En vez de permitir encontrar el objeto que calma y colma, sustraerlo, y suspendiendo el encuentro abocar a la falta, falta que desde su vacío empuja, pero procurando reconducir ese empuje por la ruta de la palabra. Por eso es que no permitiremos comer, fumar, mascar chicle o cualquier otro exutorio pulsional.
Y otro punto a comentar es ¿cuándo pasar a diván?
Aquí nos tropezamos de nuevo con que hay básicamente dos modelos. El estándar, modelo inicial freudiano y que ha salvaguardado la IPA, y el lacaniano. El primero estaría establecido como puro protocolo. Tras las llamadas entrevistas iniciales (4, 5, aprox) se hace la llamada ‘devolución’, se establecen las normas del encuadre y se pasa a diván. Con Lacan, la cosa cambia. La idea básica es entender el pasaje como un acto y en un momento preciso. ¿Cuándo? Pues cuando se da el llamado síntoma en transferencia. ¿Y eso qué es? Pues como su nombre indica aquel acontecimiento donde lo sintomal del paciente, es decir, algo de corte inconsciente, se juega en la transferencia. Como por ejemplo un sueño en el que aparece el analista, que es lo que sucedió en el caso de A y que ahora ya retomamos.
Así que llega a su segunda sesión en el diván y nada más tumbarse me suelta:
– ¡No me gusta nada esto! No te veo. No hay feed back. No te veo la cara ni tu expresión. ¡Puf! ¡Vaya rollo!
– ¿Qué te hace sentir?
– ¡Nada! No sé, cabreo, como una niña pequeña.
Y tirando de esa niña se extendió a contar diversas historias familiares que la enojaban bastante, al cabo de lo cual le pregunto qué relación encontraba con la situación actual conmigo, algo que descarta rotundamente, y sigue:
– Lo que me preocupa es quedarme dormida. Y me fastidia y veo absurdo pegarme el viaje (viene de lejos) y no poder interactuar, no poder comunicarme contigo porque no te veo.
– ¿Y tampoco te puedes comunicar cuando hablas por teléfono?
– Eso es distinto. Aquí, pudiendo verte no te veo, porque me lo impones. Llevo muy mal no tener voz ni voto, que me impongan algo porque sí. Antes no sabía decir que no, pero ahora sí. Necesito que me expliques por qué.
– Tú, ¿por qué crees?
– No sé, yo estoy aquí porque confío en ti. Supongo que será porque así fluye más el inconsciente…
Y a partir de ahí empezó a contarme que había estado con otros dos psicólogos hacía tiempo y se abrieron cuestiones hasta ese momento silenciadas que nos llevaron por sabrosos derroteros. Y esto venía para ilustrar la cuestión de la transferencia negativa y la importancia de que se haga manifiesta para poder operar con ella. Estuvo bien que expusiera su enfado por el paso a diván, porque en realidad, más allá del cambio que le supone en relación a lo visual, lo que estaba en juego era otra cosa, algo relativo al dominio y la imposición, ante lo que se rebelaba. Y el poder expresarlo y elucidarlo le permitió restablecer el vínculo y la transferencia de trabajo. Y es que pasar al diván es un movimiento que concita vivencias muy diferentes, pero es bastante frecuente registrarlo como un corte, una imposición o un castigo, es decir, un acto que se presta a encarnar una versión muy extendida y malentendida del límite en su cara fálica, que aflorará en el escenario transferencial de manera más sinuosa o más explícita y que permitirá de forma privilegiada rastrear, transitar y recodificar sus claroscuros.
Es el caso de Flori que, tras indicarle su nueva ubicación, primero queda perpleja y desorientada, para acabar obedeciendo visiblemente contrariada. A lo largo de esa sesión y la siguiente su cuello se tuerce forzadamente hasta tenerme a tiro de reojo. Simultáneamente irá desplegando en su relato algunos aspectos de la relación con su padre que tienen cierto carácter compulsivo. Le apunto que va a acabar con tortícolis, a lo que responde corrigiendo su posición mientras me dice:
– Se me va el cuerpo a mirarte
– Como en abrazar a tu padre
– Sí, desde que me has sentado aquí
Abriéndose en canal la veta de la transferencia paterna. Unas sesiones más tarde comentará:- Me doy cuenta de que le tengo alergia a los límites, yo que me creía sumisa. La verdad es que yo no sabía qué eran los límites. Cuando me pasaste al diván no entendía. ¿Qué he hecho mal? Y después me he ido dando cuenta de que el límite no tiene porqué ser castratorio, sino todo lo contrario. El hecho de aceptar mi sitio me tranquiliza y me hace descansar. Es como sentirme adulta, pues estar siempre enrabiándome es un síntoma de huevo, de infantilismo. (Aquí habría que aclarar que F antes de analizante había sido alumna mía) Creo que me estoy familiarizando con este concepto. Yo tenía la idea asociada de que el límite es algo negativo, y es falso, porque sólo cuando hay un límite bien puesto yo descanso. Y es que, si yo pongo un límite, también lo tengo que respetar, no como hacía mi padre, que imponía una cosa y después él se la saltaba. Reconocer el límite, el buen límite, es una pasada. Es una guía de la vida, porque está por todas partes. Para mí es importante comprenderlo, porque yo vengo de otro lado que funciona con consignas del tipo “No lo subas a la mente. Siéntelo”.
Y a propósito del buen límite y sus provechosas bondades os compartiré una joyita en la que refulge luminoso en su potencia benefactora. Es el caso de Elena, una psicóloga que supervisa conmigo y de la que ya hablé en páginas anteriores en relación a su rigidez normativa, que me cuenta venir de un taller con un terapeuta del que sabía que había tenido un affaire con una paciente y la desconfianza que ello le suscitaba. Eso le llevará a referirme que es conocido que varios de sus maestros han mantenido relaciones con sus pacientes y la confusión y la angustia que eso le ha generado siempre. Tras nuevos comentarios percibo que la sombra de la sospecha recae sobre mi y en esa tesitura decido intervenir. Después de contextualizarle el surgimiento de la Gestalt en la California de los 60 en plena revolución sexual y la irrupción del llamado ‘amor libre’ que Perls y tantos otros sostuvieron como bandera, le explico que este asunto, tras el declive del sueño hippy, o el New Age, generó mucha polémica, especialmente en lo relativo al tema de la abstinencia del terapeuta con sus pacientes que en su día había prescrito Freud. Tras un dilatado debate interno dentro del movimiento gestáltico, se impuso mayoritariamente una rectificación ideológica en nombre del código deóntologico.
También le señalo que el argumento contestatario que avalaba esas relaciones apelando a la libertad y a la responsabilidad de un encuentro entre adultos dejaba en evidencia la ignorancia supina que estos profesionales tenían sobre el fenómeno de la transferencia y sus flagrantes asimetrías y, por supuesto, de sus para nada inocuas consecuencias. Concluyo finalmente desmarcándome rotundamente de esas prácticas en nombre de mi ética clínica.
En la siguiente sesión comienza dándome las gracias por la claridad de mi pronunciamiento “porque para mí es muy importante tener un referente”. “Saber que nunca hayas mantenido relaciones sexuales con tus pacientes hace que para mi algo se ancle. No es algo que haya elaborado, pero algo se vuelve más estable y sólido. Y me facilita situarme en lo terapéutico, con mis pacientes, (no dice nada respecto a sus terapeutas) pero también en mi vida personal”.
Y me contará una anécdota reciente que le ha acontecido con un pariente de su padre al que le pidió el favor de que le hiciera unas gestiones relativas al empadronamiento “pues quería cambiarme el nombre. Mi padre me puso Elena, sin h, y quiero añadirle la h inicial, llamarme Helena”. Procede decir que detrás de ese nombre que eligió su padre para ella cuando nació, había una brumosa historia de una antigua novia. El caso es que refiere una escena con el tal pariente de su padre y el padre mismo con ocasión de una comida que compartieron los tres. Y dice que “empiezan un juego extraño, una especie de flirteo:
– No te he traído los papeles. Tendremos que quedar otro día los dos solos
– Dáselos a mi padre y que él me los envíe
– ¿No me quieres ver?
Y sigue como tirándome los trastos y mi padre siguiéndole la corriente. Yo me avergüenzo. Ellos son mayores y yo me siento muy chiquita. No me lo puedo creer, están jugando conmigo. Él es muy parecido a mi padre, es como un segundo padre. Me intimida, no entiendo nada, ¿qué está pasando? Tiempo después me llega un sobre con los papeles más una cartita en la que me dice: “Como no me quieres ver te los paso con tu padre”. No le había contestado ni para darle las gracias. Y esta mañana, antes de la supervisión y mientras pensaba en la última sesión, sin saber porqué, le he escrito dándole las gracias a la vez que he aprovechado y le he dicho que “me alegro de tener más contacto con la familia de mi padre” que es, con ese subrayado familiar, una forma sutil de ponerle y ponerme en mi sitio”.
A lo que yo le respondo: “¡Qué importante es esa h que incorporas a tu nombre!” Porque es en esa letra muda que no se oye pero que sí se ve, donde ella se juega la inscripción de un límite simbólico en su relación con ese padre tan fantasmáticamente edípico que la tenía atrapada en su propia rigidez y severidad reactiva por temor a su descontrol, como nos anunciaba en su primera sesión: ”Flexibilizarme me lleva al caos y cuadricularme me controla”. Y es mi pronunciamiento ético con mi renuncia expresa al goce incestuoso que la nublaba, la que le hace, transferencia mediante, un click simbólico que la resitua y la libera del control defensivo y sus cuadrículas, precisamente porque la unce y la ancla, poniéndola a resguardo de sus turbulencias fantasmáticas.
Y son testimonios de esta índole, en los que podemos observar la lógica estructural que articula los distintos elementos en juego, los que certifican la pertinencia de nuestro enfoque brujular y la importancia de la pedagogía del límite.

Hoy empezó el veroño, ese tramo del inicio otoñal con piel de verano donde el calor se resiste a ceder su plaza a un fresquito tan tímido que ni asoma a pedir la vez a la caída de los atardeceres menguantes. Hace un día precioso. Tiempo de transición, donde un artificio como es la fecha pretende ponerle el yugo a ese cambio climático que inexorablemente se nos empodera. Qué poco me gusta esa palabra, como tampoco serendipia o resiliencia. Está claro que me hago viejo, son palabras que no existían en mi juventud, que se importaron no hace tanto y que han llegado para quedarse aunque sea a codazos, como el propio calentamiento global que alimentamos a golpe de negacionismo y otras hogueras. Están quemando el Amazonas, el último pulmón verde de nuestro achacoso planeta Tierra. Este verano me leí El clamor de los bosques, un tocho con el que Richard Powers ganó el último premio Pulitzer, un grito desgarrado y prolijo sobre el holocausto verde que se nos viene encima. Anteayer compartí en las redes un vídeo alarmante sobre el estrago calculado y metódico que está llevando adelante con total impunidad el tal Bolsonaro. Sí, ya sé que ese señor tan impresentable como democráticamente elegido es sólo el títere ruidoso de otros señores más poderosos que lo teledirigen en la sombra. ¿Qué podemos hacer? O mejor, ¿acaso podemos hacer algo realmente? Está bien que la gente se movilice, que la sociedad se conciencie y denuncie, que alce la voz, la mano o el puño, que broten las ONGs, que surjan los partidos verdes, que una chiquilla, Greta, desde su perpleja determinación sea el último icono redentor que lidere la protesta…está bien, hay que intentarlo…pero enfrente crecen imperturbables los títeres siniestros que hacen panda con Bolsonaro, Trump, Putin …y no sigo, porque no quiero entrar en esa tropa de canallas premium que nos pillan más cercanos, e, insisto, son sólo los cabezas visibles de una bicha tentacular oculta que tiene en nómina una lista interminable de candidatos a suplentes. Acabo de terminar de leer El cártel, el segundo libro de la trilogía que Don Winslow dedica al Narco. Es brutal. Una obra maestra en clave de thriller furioso que trasciende el género y se convierte en el retrato más veraz y feroz del mundo que vivimos sin enterarnos. Demoledor. Te hace pensar y te rasga las cataratas invisibles que ciegan tus ojos. Ya sabemos que leemos la realidad a través de las gafas graduadas de los medios de comunicación. Mismamente el otro día leí una editorial del País reconviniendo al presidente López Obrador por convocar un referéndum en Méjico para que el pueblo se pronunciara sobre el posible encausamiento de los cinco anteriores mandatarios de la República, aleccionándole enfáticamente sobre que ésa era tarea de los jueces. Está claro que eso es lo que ordena la Constitución, entonces, lo que habría que preguntarse, digo yo, es ¿qué sentido tiene que el tipo lance tamaño y disparatado órdago? ¿realmente es sólo una maniobra electoralista? o ¿acaso es el intento decidido, a cara de perro, de hacer justicia en un país donde la justicia está podrida y corrupta hasta el tuétano del sistema?
Como el psicoanalista que soy, creo en la verdad inconfesable que encierra el síntoma y profeso más querencia por el enigma que por el spoiler, pero en esta ocasión y sin que sirva de precedente me atreveré a una ferviente recomendación: Háganse un favor y lean a Winslow. De nada.

Reseña sobre
Manual de Psicoanálisis para Terapeutas.
20 Lecciones Introductorias y una Brújula Translacaniana
de Javier Arenas
Celebro la aparición de este sustancioso manual donde Javier Arenas ha sintetizado sus estudios de psicoanálisis y su práctica clínica a lo largo de sus 34 años de profesión. Nos transmite la destilación de los cursos que ha impartido durante más de 25 años, primero en el programa de Psicoterapia Clínica Integrativa en el IPETG de Alicante dirigido por Juan José Albert -en paz esté- y luego en diversas ciudades, para terapeutas que mayormente han sido y son gestaltistas. Desde la primera vez que lo invité a venir a Barcelona en el 1998 hasta ahora, su precisión y su capacidad de síntesis, que ya eran muy notables, han seguido incrementándose. Ya entonces, me aportó una significativa profundización en mi práctica clínica.
Es un libro realizado desde la pasión por el estudio y la docencia junto con el arte de la escritura, siempre precisa, a veces poética, otras con giros coloquiales que le dan frescura y con un muy cuidado ritmo. Ello nos facilita adentrarnos y/o seguir profundizando en la teoría psicoanalítica translacaniana, tal como él se identifica.
Arenas nos lleva de la mano en la siempre difícil comprensión de la teoría y práctica psicoanalítica. Lo hace de forma minuciosa y con muchas referencias a casos clínicos que son de agradecer por lo esclarecedores que resultan. Transmite conceptos freudianos y lacanianos muy complejos, entreteniéndose en desentrallar confusiones importantes a las que denomina “El Bacalao”. Bruce Fink, un autor que nos recomienda leer y del cual se sirve como referente conductor en la travesía por la teoría y la clínica lacaniana que trabaja a fondo, es pasado por el cedazo de su análisis bacalaónico. Así mismo, presenta desarrollos teóricos de otros autores en los que se apoya para, una vez más, señalar confusiones y aportar una relectura ciertamente clarificadora.
A la vez que es muy buen libro para adentrarte al psicoanálisis, también es cierto que si eres neófito requerirás paciencia para ir aprehendiendo la nueva terminología; te recomiendo que sigas leyendo aunque no puedas comprenderlo todo a la primera, poco a poco vas a irte familiarizando y entendiendo.
El manual, en general, nos permite abrir la mirada y tener mejor acceso a propiciar la elaboración simbólica y no sólo imaginaria con el/la paciente. Madurar requiere “jaquear” los “enunciados identificatorios” (nuestras introyecciones primigenias) sobre los que hemos construido nuestra identidad (narcisista por ser imaginaria) y que calmaron ansiedades propias de la (des)fragmentación de esa edad temprana. Necesitamos cuestionar la relación con este “Otro” significativo (figuras parentales o substitutos) que representan a ese Otro imaginariamente completo. Ello no es posible sin el largo proceso hacia la integración de la castración simbólica, donde ni el otro es todo, ni nosotros tampoco. A veces estructuralmente eso no es posible, el límite no ha sido inscrito porque, entre otros avatares, la función paterna no se ejerció suficientemente o fue ejercida en demasía, desde la omnipotencia. Javier nos muestra el recorrido desde su perspectiva teórica y práctica para detectar la posición del paciente con respecto a dicho límite y para acompañarle a ir abriendo la grieta necesaria que le permitirá recorrer el camino de transformación desde el goce imaginario, nutrido de idealizaciones, a la responsabilización de su deseo. Camino que en palabras nuestras es acompañarle a abrir el vacío que nos permite nutrirnos con las interacciones concretas, desarrollar nuestros proyectos posibles, disfrutar y ser creativos. Precisamos asumir tanto las capacidades como los límites concretos, tanto los logros como las frustraciones, para estar menos zambullidos en el goce de la repetición y la desmesura mortífera imaginaria.
En relación al tema que nos ocupa en esta revista sobre la perspectiva de género, la teoría freudiana y también la lacaniana han sido desde hace tiempo muy cuestionadas. En ese sentido, en un apartado dentro del capítulo sobre la histeria, Javier habla sobre ello. Allí, mientras diferencia entre el pene y el falo, y entre el falocratismo y el falocentrismo, sigue incidiendo sobre la diferenciación entre los registros real, imaginario y simbólico, fundamentales para entender las estructuras clínicas y su abordaje.
Esta diferenciación y la necesidad de la inscripción psíquica del límite simbólico para el funcionamiento neurótico más saludable, a mi modo de entender, están en la base de la orientación brujular que nos ofrece, la cual va dibujando a lo largo de todo el manual.
Dicha larga (616 páginas) y nutritiva travesía despliega un recorrido presentado en dos partes, los conceptos fundamentales y la psicopatología -enmarcada desde la perspectiva de las estructuras clínicas- y concluye con una síntesis de este esquema conceptual referencial operativo (ECRO) titulado La Brújula en el que incluye elementos concretos que usa en su práctica clínica, que nos resulta asequible y bastante cercana a nuestro enfoque.
Gracias, Javier, por pedirme la reseña de éste manual. Con mis ganas de leerlo a fondo, tu libro ha viajado conmigo este verano. Sus semillas son fructíferas.
Cristina Nadal
Valldoreix, Octubre 2019


Hace 20 años que Nacho escribió este libro. Intentó publicarlo pero ninguna editorial se interesó por un tocho de 600 páginas, de título medio esotérico y autor desconocido. Lo colgó en la red y obtuvo una cierta difusión, especialmente allende los mares. Tras su muerte prematura en 2008 conseguí que lo editaran en papel pero sus 300 ejemplares se agotaron relativamente pronto. Hace tiempo finiquitó su dominio en internet y desde entonces es inencontrable, una referencia anhelada y extinta. Desde hoy en adelante cualquier interesado en esta obra singular y novedosa, a mi entender un aporte fundamental a la teoría psicoanalítica de los sueños, la tiene a su alcance a través de este portal. A quien se anime a embarcarse en tan apasionante aventura le deseo que la brújula le acompañe y que los vientos del deseo aviven sus velas. ¡Buena travesía!
Puedes descargarte el libro en PDF en el siguiente enlace. Pulsa aquí.

“Cada maestrico tiene su librico”
Proverbio popular
¿Otra introducción al Psicoanálisis? Ummm. Ya hay unas cuantas, y algunas de categoría. Entonces ¿por qué? ¿pa qué? Son preguntas que me asaltan potrosas a la hora de sentarme a escribir, algo que, por otra parte, remolón, he ido retrasando con excusas baratas. Pero ya me vale, aquí estoy, el día de los arcángeles, con el spotify de amigable compañía, decidido a coger el toro por los cuernos, y eso pasa por responderlas.
Creo que la respuesta está en el título, Manual de psicoanálisis para terapeutas, simple y claro. Porque ese es mi propósito declarado, hacer una introducción al psicoanálisis presidida por la sencillez y la claridad, lo cual, dada la materia de la que se trata, no está en absoluto garantizado. [leer más]

¿Cómo se empieza un libro?
Parece que en este caso con una pregunta, en realidad la primera de muchas más.
¿Cómo conocer la brújula?
Es una pregunta que nos lleva a formularnos una pregunta más amplia: ¿Cómo acceder al conocimiento? Nosotros, a diferencia de los Presocráticos, que fueron los primeros que se ocuparon del tema, contamos con la enorme ventaja de que disponemos de veinticinco siglos de respuestas. Pero habría que diferenciar netamente dos modalidades bien distintas: [leer más]

A menudo me pregunto cuando me descubro en estos trances, ¿qué tengo yo que decirle al mundo, si no soy más que un simple psicoanalista de provincias? Y termino respondiéndome que no más que las ocurrencias que me surgen tras más de treinta años de estudio y experiencia.
Desde ahí expongo y me expongo. Si les sirve de algo, estupendo, y si no, ¡qué le vamos a hacer! Quien ofrece lo que tiene, no está obligado a más, dice el proverbio, y además, en el intento, con el vertiguillo incluido, me lo paso bien. Y espero que ustedesvosotros también.
Así que quien quiera, ya sabe, la entrada es libre, pero el viaje no es gratis. Avisados estáis. Ahí vamos.

Recién vi en Madrid Arte, la obra de Jazmina Reza que con poco más de veinte años rodando por los escenarios ya es un clásico de la dramaturgia actual. Ya vi en su día, allá por 2004, la versión argentina de Ricardo Darín y ahora ha sido la de Miguel del Arco. Lamentablemente no pude ver la de Flotats, que inauguró la serie de versiones en España. Las tres han sido un rotundo éxito de crítica y público y más allá de sus matices interpretativos el texto de la obra es inmaculado, como la pieza que le da título, un cuadro de 1,20 x 1,50 todo blanco, o por lo menos en apariencia.
Y es que ya saben, «

A un mes y medio cumplido del Congreso de Málaga, en el retrovisor de mi memoria desfilan imágenes que se empujan nerviosas como una multitud impaciente por salir de un espectáculo largamente anhelado y de golpe recién finiquitado. De esa turbamulta de sensaciones, apretones y codazos sobresale la desgarbada y risueña figura de Miguel, aquel terrorista infiltrado como cómico que con su humor kamikaze presentó y despidió el evento a la vez que con su mirada afilada y la cicuta de su palabra certera no dejó títere con cabeza [leer más]

Cristina Nadal, amiga querida, tuvo la gentileza de proponerme hablar del «Narcisismo del terapeuta» en un congreso de gestaltistas, a mí, un psicoanalista que, puestos a referenciarme, podría tildarme de freudiano y translacaniano, como me calificó Juanjo Albert hace ya muchos años, signifique lo que signifique la última etiqueta.
Vale, por mi encantado, pero desde ya les advierto que la cosa es canela fina si no tela marinera. Tendré que hacer un ejercicio de ultrasíntesis de conceptos complejos por lo que el recorrido puede atragantársele al más pintado que no esté acostumbrado a estas conjeturas o a esta jerga. Así que les pido un poco de atención y un poco de paciencia y ya les anticipo que al final habrá postre. [leer más]
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