La sexualidad es una de las fuerzas motoras de la vida, de hecho es la vía por la que se genera la misma.
Es un dispositivo biológico que compartimos con muchos otros seres de la naturaleza, desde las flores y las mariposas hasta nuestros primos los simios, la mona Chita incluida aunque Tarzán lo desmienta.
Pero esa es la cuestión, que es Tarzán y no Chita quien desmiente o miente al respecto.
Porque por mucha genética que compartamos (el 99% del ADN con los chimpancés) hace seis millones de años que los homínidos nos separamos de la tropa simiesca y ha sido un largo y laborioso proceso el pasaje y transformación de humonos a humanos. Y ese pasaje, aunque sólo incumba al 1% del genoma, lo cambia todo. Por simplificar, Tarzán, aunque no sea precisamente un orador, habla, y Chita no. Y es que como decía Aristóteles, el lenguaje nos hace humanos.
Y ser humano es ser un ser de lenguaje, es decir, un sujeto sujeto a la ley simbólica que nos arranca de nuestra condición de naturaleza, como dramáticamente refleja el mito bíblico de la expulsión del Paraíso. Porque es porque comen del árbol del conocimiento, que les estaba prohibido, que Adán y Eva acceden a distinguir el bien del mal, distinción que implica un límite y una conciencia del tal. Y es esta conciencia del límite el pasaporte a la dimensión simbólica que el lenguaje comporta.
Vale, y todo este rollo ¿qué tiene que ver con la sexualidad humana?
Pues que en tanto que humanos deja de ser del orden del instinto animal (una conducta genéticamente predeterminada hacia un objeto prefijado en aras a la procreación) para pasar a ser del orden de la pulsión (un empuje acéfalo y pertinaz hacia un objeto variable y contingente independiente de la función procreativa)
¿Y?
Pues que somos sujetos pulsionales y que al perder el raíl instintivo con el que la naturaleza provee a todo bicho viviente lo que ganamos en libertad y diversidad opcional lo perdemos en completud y garantías de happy end. En pocas palabras, olvídate de la media naranja.
Si es naranja y no mandarina, lo que es seguro es que al menos le falta un gajo.
¿Y?
Pues que si es complejo encontrarse uno consigo mismo, encontrarse con el otro ni te cuento.
Lo que está claro es que aquí el orden de los factores sí que importa.
Es decir, es ingénuo aspirar a un buen encuentro con el prójimo si uno está perdido de sí mismo.
Y a consecuencia de esos desencuentros es que viene el síntoma, o los síntomas para ser más abarcativo. Y ahí podríamos desplegar todo el capítulo de las disfunciones sexuales o las extensas listas de problemáticas que se abordan con técnicas supuestamente específicas desde la Sexología.
Desde el psicoanálisis los ‘trastornos sexuales’ no se plantean como un problema técnico.
Ni creemos que ‘no hay mujer frígida sino hombre inexperto’. Ni que todos siempre buscan lo mismo. Ni que es una cuestión de pericia o de viagra. Ni que soy una puta si disfruto. O un maricón si te deseo o si no te deseo.
Escuchamos. Y pensamos que como todo síntoma, también el sexual, es la expresión de algún tipo de conflicto que hay que discernir y elucidar. Es decir, explorar y apalabrar.
Y eso hago cada día en mi trabajo.
Y eso llevamos haciendo mi compañera Susi Andreu y yo desde hace 20 años en el Taller acerca del deseo y la sexualidad que celebramos cada primavera.
Una experiencia vivencial donde sentir los sentidos, desvelar fantasmas y atravesar miedos.
Quede constancia aquí para quien le pudiera interesar.
Para saber más, visitar:
Javier Arenas Planelles
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Estoy leyendo el "Manual..." y me parece una maravilla. Es por ello... »